(Quizás este artículo escrito por Wilson García lleve a la reflexión a mucha gente que comparten el altiplano, en realidad a dos paises que se disputan la tenencia de una cultura, pero no quieren precisar que ambos paises son quienes tienen la misma tradición ancestral y que poco a poco esta se ha modificado y lo seguirán haciendo.)
Por Wilson García Mérida
(www.lostiempos.com)
El pasado 8 de febrero, el canal TV Perú de Lima transmitió desde la ciudad de Puno la entrada de La Candelaria, una fiesta patronal mucho más fastuosa y multitudinaria incluso que la de Urkupiña. En ambas, como en todas las fiestas donde el culto indígena y popular a la virgen María es expresión sincrética de antiguos ritos precolombinos a la fertilidad de las deidades aymaras, las danzas son prácticamente las mismas, con bellos matices regionales que reflejan la vasta riqueza de la cultura andina.
Así como en el carnaval de Oruro o la fiesta cochabambina de Urkupiña o el Gran Poder de La Paz, en la fiesta de La Candelaria de Puno se ven danzas que nos son tan familiares como sicuris, tarqueadas, pinquilladas, kullawadas y llameradas, entre las de formato 100% indígena, además de las infaltables morenadas y diabladas en la vena más mestiza. Lo llamativo son las variantes “peruanas” de aquellos ritmos quechua-aymaras.
Y no es que los peruanos nos han “robado” nuestras danzas, como se sostiene muy equivocada y ligeramente en nuestro país, en tonos tan chauvinistas y mediocres nada menos que desde entidades gubernamentales como el propio Ministerio de Culturas.
Parece estar suficientemente demostrado —mediante rigurosos estudios etnológicos producidos por la excelente academia peruana— que la Diablada y la Morenada no son necesaria ni exclusivamente de origen “boliviano”. Todas estas manifestaciones tienen su verdadera raíz en el periodo colonial, por lo que más bien es pertinente señalar que estas danzas son de raigambre altoperuana. En el tiempo de la Colonia, los carnavales y las fiestas patronales eran verdaderos saturnales para los pueblos indígenas, cuando se permitía parodiar satíricamente a los conquistadores, a los señores de la gleba y a los curas. Los indios se disfrazaban de capataces, de encomenderos y arzobispos. Esos disfraces y sus acompañamientos musicales fueron evolucionando en el tiempo hasta alcanzar niveles de sofisticación como en el caso de la Morenada y la Diablada.
La danza de los Morenos se bailaba en Puno ya en 1913 con sus características todavía originarias durante la festividad de la “huaca” Candelaria. Los Morenos eran indígenas ataviados con casacas recamadas de oro y plata, pantalón corto y turbante ó chambergo guarnecido de plumas, resaltando entre la multitud con sus colores chillones y el ruido monocorde de las zampoñas, de los tamboriles... y de las matracas. “En el segundo lustro de los años cincuenta del pasado siglo, los Morenos devinieron en Morenada, cuando los grupos de Sikuris fueron reemplazados por las bandas y cuando se hicieron algunas mejoras en el vestuario. En esa transformación se contó con influencia boliviana”, reconocen los etnólogos peruanos.
En nuestra columna de la próxima semana, reflexionaremos acerca de cómo ciertas autoridades bolivianas —todavía republicanas con dejo colonial— cometen la inmoralidad de pretender reprimir la libre danza de la Morenada en el Perú, con la tonta perorata de que esa construcción colectiva estética andina es exclusivo (y excluyente) “patrimonio de Bolivia”.
Por Wilson García Mérida
(www.lostiempos.com)
El pasado 8 de febrero, el canal TV Perú de Lima transmitió desde la ciudad de Puno la entrada de La Candelaria, una fiesta patronal mucho más fastuosa y multitudinaria incluso que la de Urkupiña. En ambas, como en todas las fiestas donde el culto indígena y popular a la virgen María es expresión sincrética de antiguos ritos precolombinos a la fertilidad de las deidades aymaras, las danzas son prácticamente las mismas, con bellos matices regionales que reflejan la vasta riqueza de la cultura andina.
Así como en el carnaval de Oruro o la fiesta cochabambina de Urkupiña o el Gran Poder de La Paz, en la fiesta de La Candelaria de Puno se ven danzas que nos son tan familiares como sicuris, tarqueadas, pinquilladas, kullawadas y llameradas, entre las de formato 100% indígena, además de las infaltables morenadas y diabladas en la vena más mestiza. Lo llamativo son las variantes “peruanas” de aquellos ritmos quechua-aymaras.
Y no es que los peruanos nos han “robado” nuestras danzas, como se sostiene muy equivocada y ligeramente en nuestro país, en tonos tan chauvinistas y mediocres nada menos que desde entidades gubernamentales como el propio Ministerio de Culturas.
Parece estar suficientemente demostrado —mediante rigurosos estudios etnológicos producidos por la excelente academia peruana— que la Diablada y la Morenada no son necesaria ni exclusivamente de origen “boliviano”. Todas estas manifestaciones tienen su verdadera raíz en el periodo colonial, por lo que más bien es pertinente señalar que estas danzas son de raigambre altoperuana. En el tiempo de la Colonia, los carnavales y las fiestas patronales eran verdaderos saturnales para los pueblos indígenas, cuando se permitía parodiar satíricamente a los conquistadores, a los señores de la gleba y a los curas. Los indios se disfrazaban de capataces, de encomenderos y arzobispos. Esos disfraces y sus acompañamientos musicales fueron evolucionando en el tiempo hasta alcanzar niveles de sofisticación como en el caso de la Morenada y la Diablada.
La danza de los Morenos se bailaba en Puno ya en 1913 con sus características todavía originarias durante la festividad de la “huaca” Candelaria. Los Morenos eran indígenas ataviados con casacas recamadas de oro y plata, pantalón corto y turbante ó chambergo guarnecido de plumas, resaltando entre la multitud con sus colores chillones y el ruido monocorde de las zampoñas, de los tamboriles... y de las matracas. “En el segundo lustro de los años cincuenta del pasado siglo, los Morenos devinieron en Morenada, cuando los grupos de Sikuris fueron reemplazados por las bandas y cuando se hicieron algunas mejoras en el vestuario. En esa transformación se contó con influencia boliviana”, reconocen los etnólogos peruanos.
En nuestra columna de la próxima semana, reflexionaremos acerca de cómo ciertas autoridades bolivianas —todavía republicanas con dejo colonial— cometen la inmoralidad de pretender reprimir la libre danza de la Morenada en el Perú, con la tonta perorata de que esa construcción colectiva estética andina es exclusivo (y excluyente) “patrimonio de Bolivia”.
llactacracia@yahoo.com